Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos (Spanish Edition)

Enrique Villareal Aguilar

Los Grandes Errores Que Cometemos los Padres al Educar A Nuestros Hijos

Ya sea en guerreros activos o guerreros pasivos. Quiero decir exactamente eso: En verdad, muchos de nosotros no lo hemos conseguido nunca. A medida que crecemos, las cosas no mejoran. Por ejemplo, nos enfermamos. Pedimos desesperadamente alguna caricia. A veces esa caricia llega, pero concluye apenas recuperamos la salud. Nos volvemos inmunes al contacto. Con rabia, con dolor, con ira, con quejas. Que —en principio— hay que defenderse. Y frente a la hambruna, los buenos modales no tienen cabida.

Otra manera de registrar la modalidad guerrera que se instala… es la falta de cuerpo. O al menos, listos para permanecer camuflados, de modo tal de no ser vistos por los depredadores. Alejados de nuestras emociones o de cualquier debilidad afectiva. Pero eso no es madurez. Eso se llama abuso materno.

La madurez afectiva se alcanza en eje consigo mismo. Le lustramos las botas. Para una cultura de conquista, tenemos que fabricar futuros guerreros, todo el tiempo. Repetimos opiniones, creemos infantilmente en cualquier idea y organizamos nuestra vida copiando caminos ya trazados, aunque no vibren ni remotamente con nuestro ser interior. Las mujeres —al igual que los varones— provenimos de historias de desamparo, de falta de cuerpo, de carencia total de mirada, disponibilidad afectiva, ternura, leche o abrazos.

La distancia que hemos instaurado para que el dolor no duela tanto. Es una rueda que gira en torno a lo mismo: Para no arriesgarnos, decidimos hacer lo que hacen todos. Por ejemplo, todas las madres que vemos por la calle llevan a sus hijos en cochecitos, a un metro de distancia de sus propios cuerpos.

No es algo que tiene que suceder: A menos que nos dediquemos exhaustivamente a cortar esos lazos. Y sin esos recuerdos ancestrales, nos subimos a las carreteras de las actitudes convencionales. Apenas una mujer comunica su embarazo, recibe de regalo una gran cuna y un gran cochecito. Creo que algunos ya se parecen a los coches Mercedes Benz.

Pero todas las mujeres salimos a pasear con nuestros hijos de la misma manera Sobre todo por las noches. El verdadero problema es la distancia emocional. Sin embargo, creo que es pertinente volver sobre estos asuntos con la seriedad que merecen, porque en cada parto maltratado y en cada congelamiento del cuerpo y de las emociones de la mujer ante el desprecio, estamos contribuyendo a que nazca y se desarrolle un nuevo guerrero feroz.

O un nuevo soldado abusado. Que a la embarazada que la escucha, esto no le interesa en absoluto.

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Y anestesiada si hay que pagar costos corporales o emocionales, justamente porque respecto a nuestro cuerpo y a nuestro territorio emocional, estamos escindidas. Fuera de nosotras mismas. Todo esto es posible porque masivamente transitamos por las autopistas, y cuando miramos alrededor, constatamos que todos van por el mismo camino. Entonces concluimos que no existen alternativas. Cuando participemos en las escenas del inicio de la vida, con la fuerza arrasadora de nuestras pulsiones vitales, nuestro amor y nuestra libertad.

Quiero relatarles una experiencia personal, aunque ya he descrito brevemente mi segundo parto en mi libro La maternidad y el encuentro con la propia sombra. Yo era una joven exiliada argentina, con muchos ideales en mi haber. Mi hijo mayor es un hombre extraordinario. Ella tuvo su parto. Fin de la historia. Estar en silencio y esperar. Por eso les acerco la idea de una vivencia similar: A las hembras humanas nos pasa exactamente lo mismo: Sin olor, no hay reconocimiento. Sin reconocimiento, no hay apego. En verdad, nos han sucedido cosas bastante peores, pero nadie las recuerda.

Ni siquiera nuestra madre que nos estaba pariendo: Estas son las historias comunes sobre nuestros nacimientos. En todo caso, han sido nombradas desde el punto de vista de nuestra madre. Sin ritmo, no hay vida. Los seres humanos estamos regidos por las pulsiones: Todos esos impulsos son vitales.

Del olfato, por supuesto.

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Del gusto, mientras bebemos la leche materna. Todas las sensaciones placenteras o desagradables son sensoriales. Si desplegamos nuestras pulsiones instintivas dentro del confort y en permanente contacto con el cuerpo materno, simplemente nos desarrollamos en concordancia con nuestra especie. Eso nos ha sido negado. Alimentarnos con leche de vaca maternizada ha sido eso: Nada que ver con la intensidad del encuentro.

Incluso con ese nivel de silencio, las pulsiones no se aquietan. Reptando, gateando, trepando, luego caminando y corriendo. Los retamos si se mueven demasiado. Sigue sintiendo deseos de descubrir. Sigue sintiendo necesidad de moverse. Casi todos los recuerdos genuinos que tenemos de nuestra infancia tienen que ver con percepciones sensoriales. Negarlas o rigidizarlas opera en contra de la totalidad de nuestro ser. Ya hemos dicho que cuando nacemos, nos es negado el cuerpo de nuestra madre, que es como perder el hilo del contacto con la materia.

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El cuerpo es pecaminoso. Una manera eficaz de lograrlo es elevando toda la libido a la mente. En todo caso, cuando abordamos nuestra infancia, es habitual encontrarnos con un panorama bastante desolador: Con sus facultades sensoriales intactas. Los varones lo solucionan escindiendo, separando el cuerpo de las emociones: En cambio las mujeres nos mezclamos en emociones confusas —bajo la forma de abundante llanto, por ejemplo—, pero sacando el cuerpo del juego.

Una cosa es tener sexo. Y otra cosa muy diferente es ser capaces de tener intimidad sexual con alguien. Para tolerar la intimidad, se requiere haberla vivido desde siempre como una experiencia gozosa. Porque no lo sentimos propio. Simplemente porque nuestro cuerpo nunca fue propio, ni nuestras percepciones ni nuestras pulsaciones. Algo de lo que otros se ocupan. Esa que es tan sucia y desagradable. Ya sabemos que casi no hay partos institucionalizados que permitan que la sexualidad sea protagonista en la escena. La realidad emocional de nuestra infancia.

La pobreza de nuestra vida sexual. La cabeza separada del cuerpo. Eso nunca es un impedimento. El trabajo no es depredador de la capacidad de intimar emocionalmente. Y en segundo lugar, el trabajo que efectivamente cumplimos suele funcionar como un refugio perfecto y valorado socialmente, en el que las mujeres nos resguardamos.

No estoy juzgando si alguien es buena o mala madre. La verdad es que queremos escapar. No vamos a gritar a los cuatro vientos: Nadie nos lo puede impedir, salvo nuestras corazas. Mucho menos el nuestro. En algunos casos ha sido nuestro padre u alguna otra persona muy importante que nos ha criado. Casi no conservaba recuerdos de su infancia. Aunque seguimos preguntando por reacciones posibles, si alguien hablaba, si alguien gritaba, si ella jugaba con su hermano… era la nada misma.

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Le propusimos seguir indagando en el desarrollo de su vida. Llegados a este punto, fue sencillo mostrarle a Berta el reparto de roles: Y que ahora que estaba embarazada, ella le iba quitando importancia al asunto. Era evidente que esa coraza se iba a deshacer y que ella iba a ser la primera sorprendida. Pasaron dos meses hasta que se produjo el siguiente encuentro. No nos interesaba juzgar a Berta ni a nadie.

Durante los siguientes encuentros, seguimos escuchando historias que —por primera vez— Berta relacionaba con su estado de necesidad. Es un delito, claro. Es una posibilidad que tenemos los seres humanos. No se trata de deseo sexual. Los abusos no los cometemos las personas de mente atormentada. Y poco satisfactoria, para colmo.

Queremos protegerlo y amarlo de alguna manera. El problema es que somos totalmente inmaduros. Crecimos esperando obtener amor alguna vez. Y en esa espera, crecimos. Por supuesto que las consecuencias son nefastas. Miremos de frente la realidad. Claramente, apenas seamos capaces, nos convertiremos en abusadores de otros.

Otra alternativa es encontrar ciertas ventajas dentro del rol de abusados: Y esa es nuestra principal fortaleza: Sin nosotros, el abusador no puede vivir. No estamos juzgando si estos mecanismos de abusador- abusado son algo bueno, malo, terrible, condenable, espantoso o espeluznante. El adulto siempre es responsable, ya sea hombre o mujer. Sin obtener nada a cambio. Eso se llama madurez.

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El mayor problema, cuando el abuso sexual es llevado a cabo por la madre, es que es la madre quien ama, quien protege, quien cuida, quien cobija y al mismo tiempo es la madre quien destruye, quien fractura, quien despedaza la estructura emocional. Es decir, establecer que lo que nos pasa, en verdad, no nos pasa. Puedo disponer lo que quiero. Porque la instrumentaremos de un modo aceptable para la psique. Y para negar algo tan contundente, necesitamos tergiversar la realidad. Pasa lo mismo con las consecuencias del abuso sexual cometido por otros individuos que no sean la madre.

Porque las personas podemos dividir el universo emocional entre buenos y malos. Como no la podemos ubicar en el bando de los buenos y amorosos, lo que hacemos es enloquecer. Es decir, negar lo que estamos viviendo. No podemos retrotraerlo a su propia infancia, usando el lenguaje o los recuerdos conscientes, porque ya no contamos con un acceso confiable a la realidad. Y — hasta ahora— casi siempre lo hemos encontrado.

Respecto a las diversas formas de locura, hay una importante diferencia cuando ese desequilibrio aparece hacia el final de nuestra vida, dentro del conjunto de las denominadas demencias seniles. Le preguntamos en primer lugar por sus padres. La terapeuta le fue hablando suavemente: Tuvo un novio que se emborrachaba tanto como ella. Nuestro trabajo es similar al de un detective: Era una mujer sumamente inteligente. El embarazo y el parto fueron convencionalmente medicalizados y maltratados.

Y eso le provocaba sufrimiento, con la salvedad de que estaba comenzando a comprenderse. Le preguntamos ingenuamente si ese era su deseo. Los siguientes encuentros estuvieron atravesados por el llanto. En las relaciones personales, ocurre lo mismo. Porque el otro no puede tomar decisiones respecto de nada. Las mentiras tienen patas cortas, pero podemos vivir inmersos en situaciones mentirosas durante generaciones.

Eso es algo que se aprende en las escenas cotidianas.

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Otra alternativa es encontrar ciertas ventajas dentro del rol de abusados: Y que vienen tiempos de paz. Puedo disponer lo que quiero. Era evidente que estaba necesitando decirle algo a la madre. Pero en cada historia individual es posible hacer ese minucioso trabajo:

Y aprendemos a vivir bajo estas reglas, que, por otra parte, nos ofrecen beneficios inmediatos. Pero en cada historia individual es posible hacer ese minucioso trabajo: Creo que ese es un trabajo impostergable: La madre trabajaba muchas horas, el padre trabajaba bastante menos. Si ella se quejaba, empezaba la golpiza. Pero a su hermano nunca le pegaron. De eso estaba segura. Y haciendo un resumen de lo visto, la despedimos. El hermano era moreno y alto como el padre. No se me ocurre. Me aturde esta historia. Pero vivirlo desde adentro resultaba confuso y contradictorio.

Pero algo empezaba a resquebrajarse. Y sobre la base de ese acuerdo, la despedimos.

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Retomamos el tema del padre-no padre. Le sugerimos que le dijera a la madre: Le insistimos en que nuestro trabajo estaba focalizado en el acceso a la verdad. Y que era hora de empezar a diferenciar el discurso de la madre del suyo, para animarse a transitar con coherencia la realidad. Insistimos entonces con el tema del supuesto padre.

Que no le interesaba. La dibujamos y la dispusimos sobre la mesa, para mirarla a cada rato. Tuvo un buen embarazo.

El siguiente encuentro fue absolutamente revelador. Le dijimos que era raro que apenas los padres se divorciaron, tan abruptamente el padre hubiera dejado de verse con ella. Siento que no es mi padre, pero no quiero volver sobre el tema. La terapeuta le propuso que lo conversara con su marido y que analizasen alguna forma de acceder a la verdad. Ya era hora de terminar con los secretos y las mentiras. La madre, llorando y balbuceando, le dijo que no estaba segura. Le pusimos un poco de humor al asunto. Y que mientras no estuviera lista para decirlo, que no la llamara ni la visitara. Todos los valores quedaron supeditados a esta modalidad.

Le dio mucha pena por su propia infancia. Su mente funcionaba a toda velocidad: Ella necesitaba procesar estas experiencias y darse un tiempo para que se acomodaran en su interior. Con tono muy amable, el padre —ahora claramente padre adoptante— estuvo dispuesto a responder a todas las preguntas de Tamara.

La felicitamos a Tamara. En ese sentido, el regalo era saludable y reparador. Cosa que en parte ha sido cierta y estamos todos agradecidos. Esas huellas permanecen en el cuerpo. Casi, casi, como si el cuerpo fuera ajeno. Si practicamos el sexo como un acto alejado o desconectado, entonces es lo mismo tener sexo que tomar una gaseosa. Es una actividad desprovista de alma.

Pero carece de sentido trascendental. Es como comer un alimento sin alma solo para llenar la barriga unos instantes. Dura lo que dura el acto. Y eso, lamento decirlo, no es sexualidad. Al menos no es sexualidad sagrada. Porque el individuo que era unos instantes antes, sigue siendo exactamente el mismo. No fue atravesado por la experiencia. Ahora bien, podemos practicar sexo con una sola persona toda la vida, y tampoco entrar en el terreno milagroso de la sexualidad.

No tiene que ver con el modo, ni el tiempo, ni las maneras, ni las personas elegidas. Es lo mismo que hablar sobre el amor: Respecto a la sexualidad tenemos un malentendido moderno: Es posible que la virginidad en las mujeres haya dejado de ser un atributo positivo.

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Pero esto no nos garantiza experiencias libres, es decir, experiencias conectadas y trascendentes respecto a la sexualidad. Y eso puede haber sido positivo. Pero no nos garantiza una sexualidad conectada, que nos trascienda. Y si no nos trasciende, si no nos cambia, si no nos modifica interiormente, es falsa. Empezar por el principio. En la Argentina esto es habitual: La fueron a buscar a su cuarto, pero no la encontraron. No era buena alumna. La madre tampoco la ayudaba con la tarea. Le respondimos que en verdad estaba muy sola, ni la madre, ni el padre resultaron solidarios, ni cercanos, ni cuidadosos con ella.

Sus padres no la miraban. Eso se llamaba desamparo. Pasaban largas horas durante el verano mirando la tele y teniendo sexo. Hablamos un rato sobre lo imprescindible que le resultaba a Mercedes que estas palabras de la madre fueran verdad. Hicimos un resumen de lo que pudimos sacar en limpio, y la despedimos. Aparentemente, Mercedes estaba descubriendo una forma nueva de vincularse: Al poco tiempo decidieron casarse. Preguntamos algo sobre la historia de Ricardo: De hecho, el sobrepeso era un problema constante en su vida.

El parto, absolutamente convencional y previsible: Mercedes no recordaba gran cosa. Poniendo el cuerpo, pero no el alma. O poniendo el alma, pero no el cuerpo. Your order is also backed by our In-Stock Guarantee! What makes Biblio different? Sign In Register Help Cart. Search Results Results 1 -6 of 6. Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos Spanish Edition Enrique Villarreal.

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